Recuperar el pasado.

IRLANDA Y PESSOA. Es necesario poder rescatar de la memoria, o incluso de lo que ya ni siquiera está en la memoria, y que acaso sí dejamos escrito en algún lado, un viejo cuaderno, un disco duro, o si no reflejado en algunas instantáneas, porque llegarán días, intensos momentos que van a depender de que tengamos a mano un buen trozo de pasado que mirar y redescubrir; hechos y circunstancias con que congratularnos y pasar la tarde como quien lo hace junto a su enamorada; algo que va a depender de que tengamos a mano un buen trozo de nuestra propia existencia. Enamorados de nosotros mismos, viviéndonos en la intensidad del presente con los réditos de nuestra propia existencia pasada. Y es que nuestra atareada vida, la falta de conciencia con que vivimos, necesita de ese feet back sin cuya concurrencia nos estaremos perdiendo el gusto de apreciar lo que somos y hemos vivido.

No es que sea partidario de conservar, ese desván repleto de trastos que no sirven para nada, esa cantidad de objetos que guardamos “por si acaso”; no, no es el caso, se trata de recuperar la densa plenitud que recorrió en algún momento nuestro organismo, las vivencias que dieron consistencia a lo que somos.

Por ello deberíamos caminar dos paso hacia adelante y uno para atrás, a fin de ir recogiendo de nosotros mismos las instancias y las iluminaciones que no fuimos capaces de digerir en su momento. La conciencia del yo abastecida por la propia autoconciencia del pasado que no fue suficientemente tenido en cuenta; profundización en nuestro ser diacrónico para llegar a un mayor entendimiento de nuestra realidad.

Algo de esto tiene el ejercicio de estas páginas, y a ello me dedico hurgando en los libros. Hoy, por ejemplo, leo a mi hijo menor, Mario, en una lejana correspondencia, un día que viajábamos por Irlanda y recibía de él correos sin pies ni cabeza, y que ahora, después de años, miro de otra manera reconociendo que tenía toda la razón de un santo. Esto leía en un correo: “No entendéis nada, chicos (nosotros, sus padres. Respondía en su carta a nuestro requerimiento de que no fuera tan críptico, y tratara de ser más ordenado en su escritura), yo no escribo filosofía, no escribo poesía, no escribo relato, ni siquiera escribo para entenderlo. Cuando escribo de esa manera es porque me entra un yuyu de escritura no pensada. Voy andando, el estómago me oprime, llego a la sala de informática, espero impaciente a que se encienda el ordenador, y una vez puedo empezar escribo a una velocidad que no me permite pensar demasiado en lo que digo. Escribo para desahogarme”. Era eso, por entonces corría por su interior tan salvaje corriente que su escritura no podía corresponder más que a la fuerza del vivir, sin tener apenas en cuenta el contenido de esa misma vida.

A veces no necesitaremos recordar hechos concretos, bastará reconocer la fuerza de que estábamos imbuidos. Esa es la esencia de nuestra realidad buscada: recuperar no tanto los hechos como las emociones y las sensaciones. Ejercicio nada fácil que requiere no tanto hacer algo en concreto como “ponerse en condiciones de”. Ponerse en “condiciones de” y esperar pacientemente, tirando del hilo, despacio pero teniendo firme la presa, tirante el sedal para que no se nos escape la pesca. ¿No sucede así con esas sensaciones que se nos acercan inesperadamente trayéndonos un trozo de emoción, una erección, un recuerdo grato, una intuición con la que haremos un poema o fabricaremos una carta para un amigo? ¿No son esos maravillosos regalos de la naturaleza los que hay que aprovechar?

Quizás uno de los beneficios más notorios del hecho de viajar sea esta recurrente posibilidad de cerrar los ojos y encontrarse en el otoño de Killarney, Ballyburnion, Cong, Westport, Dublín, Cork en un esplendido mes de noviembre, rodeado, por demás, a cada momento, por la gente amable que habita esta isla. Pessoa, que era un pesimista iluminado, decía que “la verdadera experiencia consiste en restringir el contacto con la realidad y aumentar el análisis de ese contacto”. A Pessoa le gustaba atesorar sensaciones, es lo mejor que tenemos, decía; pero Pessoa apenas se movió de Lisboa; restringir la experiencia nos empobrece. Su Libro del desasosiego habría sido todavía más luminoso si hubiera podido vivir en Irlanda una larga temporada.

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