De la luz y la ceguera

IRLANDA. También allí era otoño. Tras un viaje de medio año que, comenzado en Moscú, atravesado Siberia y China, y, visitados los lugares notables de Bangla Desh, India, Nepal e Irán, terminó, tras un vuelo entre la isla de Bahrein, en el Golfo Pérsico, y las tierras irlandesas, dejándonos en medio de un otoño espléndido, en donde nos esperaba Guille, nuestro hijo mayor. Con él y sus amigos Maru y Alberto recorreríamos este país de gente amable y tierras nervadas, entonces, por el esplendor de los colores que preceden al invierno.

Allá no sorprendió una mañana esta carretera enlucida por el agua que la tormenta había dejado tras de sí.

Y se hizo la luz, y la luz habitó entre nosotros. Y la luz tapizaba las carreteras de Irlanda; el asfalto, un rayo luminoso de otoño que culebreaba por el medio de la mañana como buscando al final de sus ondulaciones un trozo de mar brillante en donde zambullir esta repentina efervescencia de lúmenes bailoteando sobre su superficie rugosa y oscura, ronroneaba bajo los neumáticos. Era grato embarcarse en la mañana sobre cuatro ruedas y salir a la caza de la luz, la luz sedosa, la luz dura, la luz despertando desde el asfalto y escurriéndose hacia los bosques para instalarse en las ramas desnudas; la luz dibujando sombras espectrales rigurosamente oscuras sobre la mancha neutra del cielo.

Recordaba Ensayo sobre la ceguera; Saramago convirtió la ceguera en una sobreabundancia de luz, la luz desapareció sobre los ojos del mundo para hacerse un mar de leche indistinto. Es una idea imposible, tan imposible como que Vivaldo, —el personaje de Another Country, en la novela de Baldwin, que leía en estos días—, se pase una noche en la cama de Eric. La luz debe iluminar para ser luz, debe matizar las ondulaciones de asfalto que yo apreté, unas sobre otras, con mi zoom para aproximar lo lejano y jugar con las distancias; la luz debe poder jugar en la superficie de sales de plata al ritmo que se le marque. No, la luz no puede ser ciega. Saramago debió de equivocarse al pintarla como fondo por donde se mueven todos sus ciegos.

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