
GUATEMALA 1. Dolor de tripas, sí; algo así fueron nuestros primeros días en Guatemala, quizás el humor, el ánimo de un país pueda compararse al humor que uno arrastra como alma en penitencia durante tantos días de
Tomamos la llave, subimos una escalera que se cae a trozos, echamos un vistazo al baño: paredes rotas, una cortina con mugre de muchos años; en un rincón un retrete, unos pocos chorizos flotan indolentes en la superficie amarronada de su interior; dos pilas de medio metro cuadrado, una con agua sucia hasta el borde, restos de pelos, espuma, un paño oscilando en su superficie como un iceberg. Del grifo caen lentas unas pocas gotas de agua. Giro la manilla, el mecanismo emite un suspiro, un gloglogló que se va por las tuberías como con pena. En el suelo hay un enorme charco de agua. Pasamos a
La colcha roja servirá para tomar a la mañana siguiente un par de bellas fotografías de Berta mientras hacía desnuda sus ejercicios de gimnasia matinal. Hay poca luz; en el lienzo del visor, sobre la base roja de la colcha, se levanta el esmalte azul de la pared, las sábanas revueltas; en un lateral, cercano al eje central, el cuerpo de ella, los brazos al frente, el pecho prominente, el estómago retraído. La luz entra débil por el lateral derecho y modela suavemente los hombros,
Por las mañana los chorizos siguen indolentes en el mismo lugar que la noche anterior. El agua de la ducha, que ha sonado como un riachuelo cercano desde antes del amanecer, probablemente porque no había forma de cerrar la llave, deja caer una hilera de gotas ininterrumpidas cuando nos levantamos. Me siento en el lugar de todas las mañanas y el metrónomo del grifo acompaña a mi ánimo en el ir y venir de mis reflexiones. Se me encoge el estómago; pocas veces vi tanta decrepitud reunida, no pobreza, no, que eso es otra cuestión.
Bajaré enseguida para encontrar otro hotel por los alrededores y me encontraré en recepción gente amable y sonriente (el dia anterior habíamos preguntado por el agua; sí, hay varios baños, pueden ustedes bañarse todo lo que quieran) que me saluda desde el medio metro cuadrado del chiringuito acristalado de la recepción con la deferencia de quien cree haber cumplido con todos los requisitos para hacer que los clientes se sientan a gusto. Se me pasan por la cabeza los chicles pegados en el pavimento, el suelo que no ha debido de ver un fregona en una larga temporada, las centenares de señales de cigarrillos quemados en los muebles, una larga y negra telaraña que cuelga del techo encima de mi cama; y les miro y me encanta que los empleados del hotel sean tan amables y considerados.
Tengan cuidadito, nos había advertido anoche la camarera que nos había atendido tranquila y amablemente, tengan cuidado que hay mucho criminal suelto. Saqué la navaja, la tuve la mano, caminamos por el centro de la calle que ya empezaba a vaciarse de gente y subimos a la habitación después de atravesar la estrecha reja que nos cerraba el paso. Por la mañana la calle ya es de todos, el tráfico era fluido. Recorrí algunos hoteles, en la mayoría me atendían a través de la reja que separaba la calle de
El ruido que producían los automóviles era estruendoso. Por fin logro que me enseñen algo habitable, quiero luz, le digo al encargado, mucha luz, el señor me indica una habitación: ¡vaya, puede pasar!, y, con un tono que no oculta un fondo un tanto socarrón, me dice, ve, desde aquí puede usted ver toda la calle, toda la gente que pasa. ¿No tiene otra con más luz? Me mira paciente y termina mostrándome la habitación de al lado, no se puede tener más luz, dice ahora, y va y me abre, en el achaflanado rincón de enfrente, una puerta que da a un balcón con vistas a dos calles laterales. Es una enorme sala de paredes sucias, pero me gusta; echo una rápida ojeada al baño, hay un pequeño charco en el medio, imagino enseguida que podremos limpiarlo sin problemas. ¿Agua? sí, sí y me abre el grifo para que lo compruebe. En fin, que ya teníamos hotel.
Ahora sólo quedaba descansar un poco y tomarnos la mañana tranquila a esperar la visita del Papa. Nos esperaba día de Papa, día de misa multitudinaria y, por supuesto, día grande para hacer retratos sin restricción de una muchedumbre alelada ante la voz cansina y de sonsonete del Santo Padre, que volaba desde Roma para dar el toque a sus ovejas que en los últimos años se están pasando en masa a las iglesias de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y a La Iglesia del Verbo (
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